lunes, 19 de abril de 2010

XIX

No había duda alguna, estaba muerto. El hombre que horas antes había venido a mí despacho a pedir consejo sobre un secuestro, estaba muerto. Le prometí llevar el caso. Pero aún no he fallado.
Me levanté del suelo donde se encontraba la víctima. Subí unas escaleras que llevaban a lo alto del edificio. Llovía, las gotas permantentemente chocaban contra las paredes del edificio y formaban un sonoro y molesto eco.
Subí. Cerca del borde del edificio se encontraba la silueta de un hombre. A su lado, en el suelo, sentada, se encontraba la secuestrada, una niña de 5 años, hija de la víctima.
Supuse que el hombre era el asesino. La niña tosió. No había techo alguno, hacía frío y no tardaría en coger un resfriado.
—Un placer reecontrarme contigo esta hermosa noche. Sabes que día es hoy, ¿no?—dijo.
—¿El día en el que irás a la prisión? Ríndete. Deja a la niña, tira el arma y sufre tu condena. Tu voz parece joven, podrás recuperarte de los años perdidos entre rejas.
—Hoy es nueve de noviembre. Y esta pequeña...—levantó el mentón de la pequeña con una cuchilla— Se apellida Kelly. Es descendiente de...
—Mary Jane Kelly. Quinta y última víctima de Jack el Destripador. Se la encontró el 9 de noviembre, es decir, el día de hoy, en 1888.
—Sí hermanita, sí.
No. ¡No! No podía ser mi hermano... Desapareció hace dos años, al cumplir los dieciocho. Se enteró de algo, por lo visto.
—¡Mentiroso! ¡Deja a la niña en paz! —le apunté.
—Ambos sabemos que no quieres hacerlo—con una agilidad sobrehumana, se acercó a mí y deslizó su cuchillo por mi cuello.
—Eres tú... —dije, mirándole a los ojos.
—Sí. Tengo explicaciones de mi marcha... Que serán las últimas palabras que escucharás. En primer lugar, eres mi hermanastra. Sí, soy adoptado. Pero no adoptado de una familia cualquiera, no. Adoptado de la familia que desciende de Jack el destripador. Familia de apellido desconocido para la policía. Y tú, desgraciadamente, sabes mi verdadero apellido. Inconscientemente, pero lo sabes. Mi marcha fue a causa de este descubrimiento y de otro más; de la carta del verdadero Jack. Una carta que dejó para descendientes suyos, en la que ponía que se siguiese haciendo orden... Y que se eliminase a la nieta de Mary Jane, es decir, esa niña a la que intentas salvar. Hermanita... Lo siento.
Me sorprendió tanto su descubrimiento... Pero era en cierto punto, erróneo. Claro que no hubo solución, pues al pedirme disculpas, clavó su cuchilo -en el que pude apreciar las siglas JTR (Jack The Ripper)- en mi pecho.
—Tu error está al principio. Padre y madre, antes de morir, me dijeron que evitase que hicieses un acto como este. No eres adoptado, todo lo contrario. Era un certificado falso, para que no siguiésemos los pasos de Jack. Eres mi hermano, yo soy tu hermana, y aquellos, que en paz descansen, eran nuestros padres. Somos la familia de Jack. Pero la gente cambia, ¿sabes? Yo no quiero hacer justicia de esta forma. La quiero hacer como policía. Adiós...
—¡NO! —gritó el asesino.
—Creo que no está muerta. Tan solo se ha desmayado. Si avisas a una ambulancia, podría salvarse. —dijo la pequeña.
—Dime, niña, ¿has entendido algo de lo que hemos dicho?
—Señor, he estado durmiendo. Me ha despertado su grito. ¡Pero no quiero que esa señora muera! Avise a un médico, por favor.


Parece que lo que ocurrió en el siglo XIX... 
Se queda en el siglo XIX.

domingo, 11 de abril de 2010

NEGRØ

Aún puedo saborear el aire de mi niñez. Ese aire fresco y húmedo que una vez aspirado recorría todo tu cuerpo y se aferraba a tus huesos pertinazmente, dando la sensación de que tenías un parásito en tu interior, como las garrapatas que tienen de vez en cuando los animales, pero, a pesar de esa sensación, era maravilloso poder respirarlo.
Nunca me di cuenta de la importancia del oxígeno. A lo largo de mi vida, me fijaba en otras cosas más “importantes”.
Cuando tenía unos meses, según lo que me contaba mi madre, sólo quería dormir, comer y jugar con “Rosi”, mi osita de peluche, que, por cierto, aún conservo. Cuando tenía entre uno y tres años, sólo parloteaba de lo mucho que me gustaba ir al parque, subirme al tobogán y tirarme, sintiéndome la reina del mundo, mientras la brisa acariciaba mis rosadas mejillas… También hablaba de lo bonito que era observar los pajaritos, correteando y saltando de un lado a otro, con una ligereza asombrosa, y distinguir los vivos colores de su cuerpecito. Además, me encantaba bailar, mientras alardeaba de lo precioso que era mi vestido. Cuando tenía entre cuatro y seis años, lo único que deseaba era comer todo tipo de dulces: galletitas (especialmente de chocolate), tartas, bizcochos, bombones, ensaimadas, suizos… ¡Mmmm! ¡Deliciosos! Pero, quizá, lo que más me gustaba, era jugar con mis amigos; bueno, más bien, cualquier niño que me encontrase, sin hacer ningún tipo de distinciones. De todos modos, no puedo asegurar qué es lo que más me divertía, ya han pasado muchos años…
Una nueva etapa comenzó a partir de mis siete años. Desde ahí hasta los diez, me interesaba estar con mis compañeras de clase y jugar, principalmente, a las W.I.T.C.H y a las Bratz. Deseaba celebrar mis cumpleaños, disfrutar del momento en el que me entregaban un regalo. Era algo impresionante. La alegría me corría por las venas, como si fuera mi propia sangre. Cuando tenía entre los diez y los once años, estaba en el punto al que todo el mundo llega, tomar la decisión de dar un paso hacia delante y empezar a madurar, o dar un paso hacia atrás y seguir siendo una niñata uniéndome al club de los “Peter Pan”. Como casi todo el mundo, escogí la primera (y más deprimente) opción: madurar. Cuando tenía entre los doce y los catorce me preocupaba causar uan buena impresión general, sacar espléndidas notas y estar con mi pandilla, la que tenía un nombre largo, que al final quedó en un nombre más corto, ya que hubo problemas entre nosotras… También me preocupaban mucho mis defectos bucales (dientes descolocados y paladar estrecho) y mis defectos oculares (miopía). Cuando tenía entre los quince y los dieciocho todo se basaba en desfases variados: ir a botellones, ir a conciertos, ir a las discotecas, pasar tiempo con los CHICOS (ya me entendéis)…
Cuando tenía entre los diecinueve y los treinta años todo ocurrió muy rápido. Estudiar una magnífica carrera, buscar un maravilloso piso, encontrar un trabajo estable, realizar las típicas tareas de la casa, salir de copichuelas, celebrar comidas entre amigos, leer novelas (había que estar a la última, best-sellers), ir al cine (la mayoría de las veces, a ver adaptaciones cinematográficas de los mismos best-sellers), ir, de vez en cuando, a una inauguración de pintura y, más que de vez en cuando, a desfiles de modas, grandes almacenes, a las tiendas de diseñadores –cuando el bolsillo lo permitía-, a sesiones de “estética completa”, a recorrer el mundo a trompicones en “viajes organizados”…
A partir de los treinta, cesó el frenesí de “estar en la onda”. Comencé a asentar la cabeza y a formar un club selecto de amigos y de actividades. Pero no fue suficiente. ¡Estaba sola!
Tenía una buena posición económica, con posibilidades de mejorar aún más. Poseía el coche y el apartamento de mis sueños; a simple vista, mi vida era perfecta. Me parecía, en versión femenina, al personaje de George Clooney en la película “Up in the air” y llegaba a las mismas conclusiones. No había conocido al hombre que me fuese “como anillo al dedo”, en otras palabras, “mi media naranja”. Ni tenía esos hijos de los que estar harta y a la vez orgullosa, ni siquiera tenía una mascota, porque mis cenas y mis viajes lo acaparaban todo; solo tenía a mi peluche de la infancia, Rosi... ¡Claro (es que no estaba viva y no hacía falta renunciar a nada por ella)!
Ahora estoy aquí, a mis treinta y cinco años, tirada en un suelo seco, un suelo infinito de arena, repasando mi miserable vida, llorando en mi interior por mi simpleza, porque, ya ni lágrimas me quedan. Estoy completamente desnuda y quemada, como la mayoría de los supervivientes, bueno, no completamente quemada, porque mi querida Rosi me ha cubierto parte de la cara y esa parte es un paraíso.
¿Recordáis que de joven me preocupaba por mi miopía? Pues, en estos momentos, me alegro de tener ese defecto, porque así mi visión no alcanza a observar los detalles de una pelea por la última bomba de oxígeno (en realidad, vacía, pero ellos no lo saben).
Noto la asfixia, Rosi, gra-cias, te quie…
(Negro).


Ana.

sábado, 10 de abril de 2010

Soliloquio de un loco en el fondo de un vaso de ron (Cuentos locos de París)


Su voz se desliza a través del micro, desciende por sus manos y se expande por la sala repleta de humo y semioscuridad. Magnética, susurrante, se pega en tu mente...al igual que ella.

El amor, es algo bello que estropeas sin darte cuenta
Te di, mi vida entera, mis besos y ahora te alejas…


Son las tres de la mañana. Los trasnochadores afortunados de esta noche atienden al pequeño manjar de su canción entre copa y copa y copa. Quizá la hayan contratado porque su voz incita a beber más, porque las cuentas se van incrementando noche tras noche, grado tras grado, como la temperatura en el local y cada acorde. Ninguno se da cuenta de que ella está siendo atacada por la sombra del recuerdo.
La música es algo que viene y se va, algo que rueda poco a poco, algo que se muere, algo que se esnifa, una semilla negra en el corazón que arraiga con cada balido insustancial del triste pecho.
La voz se desgarra, tañe penas de viejo a la anciana soledad que se esconde como una araña en los telares de las esquinas del pub y en los rincones más insólitos del alma.
Vete, me has hecho daño
Vete, estás vacío
Vete, lejos de aquí.



Pero no se van. Los inertes habitantes que pululan por el local no le permiten ni siquiera descansar los posos agitados en su garganta. Y ya no lo harán más.
¿Qué quieres de mí?
¿Qué quieres de mí?


¿A quién le gritas, Margot? ¿A quién le cantas? En la dulce oscuridad en la que te mueves las caras no son caras si no un espejismo borroso de tu infancia perdida entre tocadores repletos de ausencia, más tarde el metro de París. Las flores que brotan en la primavera cenicienta de tu piel son una excusa, otra herida que supura el amor que nadie te ha enseñado nunca. ¡Pobre niña perdida, Margot, la sedosa electricidad de tus pómulos salpica de rojo el raído escenario!

Vete, con tus mentiras,
Vete, me has hecho daño,
Vete de aquí


La pulpa de tu voz se pierde dos o tres octavas por encima de la escala. Como si a alguien le importara, como si alguien pudiera percatarse. Solo ansían tu roja boca, tu cuello eterno, tus hombros crujientes tus manos morenas…pero son ciegos, ciegos Margot, y jamás te han visto. No acarician la sombra entre tu frente, no comprenden tu canción. No te oyen.
Y pronto, en la penumbra estaré yo. El poeta de rasgos caídos que te rescatará de las garras de tu vida. Ya falta un poco menos, Margot. Sólo otra canción. Siento el metal en mi mano firme. Esta noche por fin mi amor te buscará para siempre a la salida de tu voz. Y ya no habrá miedo, mi amor, Margot, Margot, ya no habrá nada. Tu voz no volverá a acariciar a esos malnacidos. Porque ya he cargado la pistola, y ahora tu bajas del escenario y todo se acaba.
-¡Qué quieres de mí!
Solo el ruido del aire rasgándose y la semilla de mi amor te alcanza. Te recojo. Pero tras todo esto, te estás yendo muy rápido, yo que tanto te he amado…

¿Y ahora te alejas sin decirme un adiós?







La canción que usé se llama Vete, la versión de Marlango.

viernes, 9 de abril de 2010

¿Quien escuchaba a...


Sentado en el prado aquel día de verano el cielo estrellado parecía un cuadro salpicado por las aleatorias manchas de un loco que creó luces en el cielo.
La brisa chocaba directamente contra el pecho de aquel joven. El calido viento se le metía entre sus cabellos haciendolo sentir flotar en un mar de estrellas.
La sensación de libertad lo inundaba por completo, su mente ametrallada por las continuas imagenes de peligro y pensaminetos y demás turbulencias en su mente se iban desvaneciendo hasta convertirse en aire que se disipaba hasta desaparacer.
Tras un largo día lo unico que conservaba era su traje sin una rasgadura y sus gafas de pasta que eran su alter ego. Las tenía en la mano derecha y apoyado en el suelo jugueteaba con ellas sintiendo el importante poder que ellas tenían, lo que ocultaban, aquello que hacía que los demás no descubriesen el gran secreto.
Delante suyo, en medio de dos lomas se divisaba parte de la ciudad de la metropolis, los barrios mas conflictivos y un poco mas al fondo la contaminacion luminica hacía presencia sobre los edificios mas altos.
El agobio que le produjo mirar a la ciudad lo hizo apartar bruscamente la mirada otra vez hacia el universo que se sostenía encima suyo.
Pensó que pasaría si tuviese valor de dejarlo todo y ser alguien normal, como los demás, alguien que llega tarde al trabajo, alguien que pierde un autobus o alguien que simplemente vive. Sabía que todo el mundo pesaba sobre si, que si lo hacía la conciencia lo reduciría a una ínfima parte de lo que es una persona. Las lamentos no lo dejaría dormir, los aullidos de dolor no lo dejaría pensar, por eso aunque muy a su pesar, debía seguir con su tarea.
No creía en dioses pero sabía que esto era un don y un castigo divino, que nunca podría vivir tranquilo, pero de tantos habitantes de la tierra, alguno se tendría que saccrificar.
Pero ¿quien sabía esto? ¿a quien le importaba? ¿quien escuchaba ... a superman?

Richard Starkey

sábado, 3 de abril de 2010

Fail


Slim era un chico joven de unos 18 años que había comenzado la universidad el mismo año que se había mudado a la gran ciudad. Su curso había comenzado sin mayor relevancia para el restoy tampoco para él en gran medida.
Se había mudado a un piso donde vivía con una chica que había dejado la universidad hacía años pero que seguía engañando a sus padres para que le enviasen dinero y así mantenerla, por lo que la mayoría del tiempo o no estaba o estaba durmiendo, pocas veces llegaban a coincidir en la cocina o en la sala.
Slim iba desde el piso hasta la universidad todos los días andando, incluso en los días mas lluviosos del invierno que habían pasado. Ahora cerca del fin del ultimo semestre a Slim se le venía todo encima, llevaba el curso sobre ruedas pero los exámenes y los trabajos cada vez eran más y más consecutivos por lo que el tiempo se le disminuía tal como sus fuerzas y al contrario que su sueño que cada vez iba en aumento.
Una tarde de mediados de Junio Slim se encontraba con su portatil en un Starbucks del centro, tenía unas ojeras de varios días de imsomnio pero estaba aseado. El local estaba a rebosar de estudiantes apurados por acabar sus trabajos, con café en las venas y los ojos enrojecidos de tanto leer.
De pronto una chica morena, posiblemente se su edad, pelo ondulado con un portátil y varios libros entre los brazos se dirigió a Slim que hasta ahora había estado absorto en la lectura de su obra. Slim levanto su cabeza de la pantalla y contemplo a la chica que quería tomar asiento junto a el debido a que el resto del local estaba ocupado y este era uno de los pocos sitios libres. Estuvieron trabajando en sus respectivos temas cuando empezaron a entablar conversación, fueron conociéndose poco a poco, comentando cosas de la universidad. Casualmente estaban en las mismas clases pero nunca uno había reparado en el otro. Compartieron apuntes y datos durante unas horas, la tarde iba muriendo para dar paso a la noche cuando el local se había desasosegado un poco más.
Mientras las luces del cielo iban tornando en sombras, Slim y aquella chica se habían conocido lo bastante como para pensar que podía haber algo más. En un momento en el que el Starbucks había quedado mudo, los dos se acercaron en un movimiento cómplice, acercando sus caras y juntando sus labios para fundirlos en un beso que duró lo suficiente como para que fuese un error.
Hyde Liensen, uno de los deportistas más respetados de la universidad entraba en ese mismo instante por la puerta, y cuando vio la escena montó en cólera, se acercó a la mesa, y con la mirada clavada como un dardo en la vista cansada y atemorizada de Slim.
Lo cogió por la parte de adelante de la camiseta y lo sacó de la cafetería. La chica que había resultado ser la novia de Hyde, había corrido detrás de ellos para abogar por Slim pero el deportista hacía oídos sordos y tan solo se ocupaba del cansado Slim. En una pelea en un contexto normal, Slim tendría ciertas posibilidades de salir vivo de aquello , incluso por alguna jugada del azar vencedor, pero las circunstancias eran bien distintas. No estaba en la mejor forma física para una pelea a las diez de la noche, las farolas los iluminaban como focos de un cuadrilátero, cuando Hyde se abalanzó contra el empotrándolo contra el capó de un coche. Su pelea continua hasta llegar a la mitad de la avenida, en aquel momento deshabitada. Siguieron peleando unos segundos más hasta que vieron que un camión de mercancías se acercaba por el fondo a gran velocidad. Ese era el único enemigo que tenían en común por lo que corrieron hacia la acera de nuevo pero cuando Slim se tropezó cayendo en la espalda de su rival, este le propino un puñetazo en la cara el cual lo hizo retroceder varios pasos hacia la avenida de nuevo justo en el instante que el camión cruzaba la avenida. El vehículo intento frenar de todas las maneras posibles pero inevitablemente acabó por chocar con el desconcertado cuerpo de Slim.
El calor del cemento fue lo ultimo que pudo oler antes de que su vida se escapase con dolor en un ultimo suspiro. La ambulancia tardo en llegar varios minutos. Certificaron su muerte al llegar.

Richard Starkey


Se aceptan criticas y comentarios :)

viernes, 2 de abril de 2010

Sentimientos y pensamientos optimistas.

¿Qué pasa cuando te sientes rechazado? ¿Qué pasa cuando estás en un momento en el que tu humor es bajísimo, dices de ti cosas que a veces no eres? Y, sobre todo, ¿qué pasa cuando una de esas cosas que dices es verdad y tus amigos lo niegan hasta que se hartan de mentir? Eso es lo que me pasa a mí. No me quiero enfadar, pero no me gusta nada su reacción. Primero me dicen que no soy obsesivo, después que sí. ¿Amigos?
Hay muchos tipos de amistades. Yo debería tener una que compartiese casi todos mis gustos. Necesito hablar con alguien sobre ello. Sobre la música que me gusta, las series, películas, personas… Y no que me ignoren por dentro y se pongan una máscara por fuera, que oyen pero no escuchan, que ven pero no miran. Quizás debiese dejarlo todo. Sí, eso es lo que haré. Dejaré de ser yo mismo durante un período. Espero que el experimento salga bien, pero también espero que en ese período de tiempo mi ser no cambie.
Fascinante. O más bien, espeluznante. Tener que cambiar porque les aburres a unos amigos. Ahora mismo podría pensar cualquier cosa, pero en cambio, deseo que en ese período, mis amigos echen de menos a mi anterior yo.

Ariadna Kudo.

jueves, 1 de abril de 2010

The paradise.

No sabían donde estaban, ni cuando. Sólo recordaban que eran hermanos, que tenían amigos y familia. Pero no estaban en su ciudad, ni en su mundo, y, posiblemente, no estuvieran en la Vía Láctea.
Rodeados de arbustos, flores y árboles exóticos, decidieron comenzar su camino. Pequeños ratones-ardillas, monos con… ¿alas? y muchos otros ‘animales’ les guiaban.
No hacía frío, todo lo contrario, el clima era perecto. Hacía sol, un sol abrasador, pero la humedad de las plantas hacía que el calor no fuese sofocante.
Después de caminar un tiempo, llegaron hasta un árbol grandioso. Era enorme, con muchas ramas, donde vivían la mayoría de los animales. En la copa, vivía el rey y la familia de este.
Los humanos subieron a la copa, pues tenían que visitar a su majestad. Era todo lo contrario a la Tierra, allí, el rey era el carnívoro más feroz, el león. En este mundo… un simple zorro. Por su inteligencia, gobernaba a los animales, les aconsejaba. El consejero real, un búho. Todos los cargos importantes los ocupaban animales inteligentes, astutos. A parte, estaban los protectores y guardias. Algunos eran animales feroces, pero tranquilos.
Los hermanos no estuvieron mucho tiempo en el mundo. Se sacrificaron, por supuesto, sin dolor, mediante veneno, y sus almas pertenecieron a otros animales que formaron, poco después, parte del reino.
Y este es el paraíso.
A donde va la gente después de morir.


THE END.





Ariadna Kudo.